lunes, 24 de septiembre de 2012

EL BAÑO HAMMAM EN EL CENTRO DE LA VIDA COTIDIANA ANDALUSÍ.


Los baños o termas andalusíes se ubicaban cerca de las mezquitas. Los hammam más importantes se situaban en el centro del núcleo urbano, muy próximos a la mezquita mayor. 

La disposición de las salas de la terma andalusí era una herencia de los baños romanos. No en vano, precisamente el sur de Hispania, era la región de la provincia romana con mayor número de baños públicos de todo el imperio.

El hammam o terma andalusí se dividía en varias salas. Al entrar nos encontrábamos con el vestíbulo que daba paso a la zona fría (bayt al-barid). A continuación desde esta sala fría se accedía a la sala templada (bayt al-wastani) que era la sala más amplia, más lujosa, mejor adornada y más cómoda de todo el hammam. En ella se dispensaban los tratamientos cosméticos y terapéuticos. A lo largo de los muros se disponía de poyetes de mármol o piedra (mastaba) con colchonetas o toallas para el descanso de los bañistas y para poder aplicar los tratamientos estéticos y los masajes. Cuanto más importante era el hammam, más tratamientos y servicios ofrecía. Por último nos encontrábamos con la sala caliente (bayt as-sajun). Esta es la sala de paredes más gruesas. Tenía los techos abovedados y muy bajos para condensar el vapor de agua. En el centro se situaba la pileta, con una fuente de la que constantemente emanaba agua a temperatura muy alta, casi insoportable. La función de esta sala era limpiar en profundidad de toxinas la epidermis. La temperatura abría los poros de la piel y permitía prepararla para los tratamientos de exfoliación y depuración con jabones a base de aceites vegetales vírgenes. Los jabones se aplicaban con masajes enérgicos usando para ello manoplas de mayor o menor grosor, dependiendo del tratamiento aplicado y el gusto del usuario.

En el sótano, por debajo del suelo de la sala caliente se situaba el horno y el caldario. El horno era alimentado constantemente por un operario que regulaba la temperatura de la caldera. El agua se extraía de in pozo.

Los techos de las salas templada y cálida tenían lucernarios con cristales de colores que permitían que las salas se iluminaran con la luz natural del Sol. En la sala fría y el vestíbulo los lucernarios estaban abiertos para favorecer la ventilación y el frescor de dichas salas.

La mayoría de la población andalusí disponía en casa de letrinas y cuarto privado de baños para la higiene más cotidiana. El hammam era más bien un centro de estética y de reunión social al que acudir al menos dos días por semana y someterse a tratamientos más intensivos, depurativos, terapéuticos y reparadores.

En Al-Andalus este tipo de establecimientos fueron muy numerosos. En la Córdoba del siglo X ya contaba con más de 600 hammam públicos. Todas las capitales importantes disponían de gran cantidad de baños. Cuantos más baños y mezquitas tenía una ciudad, más importante era.

Las termas andalusíes eran un espacio público de reunión, como hoy podría ser una plaza pública. Las mañanas estaban reservadas para el público masculino y las tardes para el público femenino.

El baño y sus rituales constituían una auténtica fiesta social y un deleite higiénico y estético para la población andalusí. No era nada elitista, eran usados tanto por las clases privilegiadas como por el pueblo llano. El hammam público proporcionaba una igualdad social que a veces no era bien acogida, como lo demuestra un poema de un engreído andalusí que no soportaba dicho carácter igualitario.

El hammam es un lugar en el que los hombres, reunidos, se parecen todos, ya sean criados, ya sean señores. El hombre se codea con gentes que no son sus amigos, y su enemigo puede ser su compañero


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